Cuando aún no se ha resuelto el turbio suceso relativo al
expolio de objetos religiosos de las parroquias de los concejos de
Ribadeo y Trabada aparece ahora la noticia de las sospechas de la
sustitución de la imagen de la Virgen de Conforto, en Pontenova. Dos
hechos ciertamente distintos pero relativamente parecidos y cercanos.
Provocado tal vez el segundo por la influencia negativa del primero,
pues el clima de desconfianza que estos hechos despiertan en la gente
suele producir efectos contagiosos cuando no son adecuadamente tratados
por quienes tienen el deber de hacerlo. Desconfianza provocada por
ciertas autoridades responsables que, invocando una falsa prudencia y e
un intento de evitar los escándalos que a veces surgen fruto de las
debilidades humanas, se limitaron a extender sobre estos hechos una
sombra de silencio y ocultación esperando que el tiempo los condene al
olvido.
Mientras otras pruebas fehacientes no demuestren lo
contrario, y aun condenando el error cometido por los curas de no
compartir sus decisiones con el pueblo de Conforto, hay que suponer que
los sacerdotes implicados en el tratamiento dado a la imagen de la
Virgen actuaron con total honradez y rectitud conciencia. Guiados, sin
duda, por la sana voluntad de hacer lo mejor en beneficio de la
parroquia, pues tales valores, como la valentía a los militares, a los
clérigos se les suponen. Pero, dando esto por descontado, no se puede
por menos de criticar las formas con las que algunos clérigos suelen
ejercer su función practicando actitudes más propias de la Edad Media
cuando los clérigos desempeñaban la administración de los bienes
eclesiásticos sin ninguna participación de los fieles.
El tiempo no pasa en balde. Los fieles, de quienes los eclesiásticos
se supone que son servidores, son y se sienten Iglesia. Los curas no
deben seguir ignorando que las comunidades, cristianas o no, pueden,
quieren y deben tomar parte en las decisiones que les afectan. Pero aún
hoy, en estos tiempos en los que tanto se cotizan los valores
democráticos, hay clérigos que se comportan como estatuas de sal mirando
al pasado. Ya no vale aquel eslogan de “Roma locuta, causa finita”. El
pueblo ha alcanzado la mayoría de edad y exige que se cuente con el en
la toma de decisiones.
Cuando más necesaria era la claridad y la transparencia
de todo lo sucedido con esta imagen para que las dudas de los vecinos de
Conforto quedaran disipadas, los técnicos de Patrimonio de la Xunta, el
cura de la parroquia y el delegado del Obispado se reunieron en
Conforto para examinar la imagen de la Virgen. Para ello no dudaron en
cerrar las puertas del templo dejando fuera a los fieles. ¿Es que los
fieles no tenían nada que ver ni opinar en ese negocio? ¿Sólo al
Obispado, al cura y a Patrimonio incumbía la inspección del trato dado a
la imagen? ¿Quién dictaba los criterios de actuación para aclarar lo
sucedido, ignorando las objeciones del pueblo? ¿Por qué el cura
responsable de esa parroquia no consultó antes al pueblo sobre la
conveniencia de restaurar esa imagen?
Esta desacertada y autoritaria forma de actuar subleva y
solivianta, sin duda, los fieles de las parroquias originado protestas y
comentarios desagradables. Pues, como dice Miguel de Cervantes, “cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre,
ayo ni freno que la corrija”. Ante estos acontecimientos, fruto a veces
de la torpeza o de la debilidad humana, no es suficiente esa llamada a
la serenidad hecha por el obispado a los vecinos de Conforto. Y
olvidando las buenas formas, ni siquiera se dignan contestar a los
escritos de los vecinos, ignorando que “Auctoritas ex vera ratione
procedit, ratio vero nequaquam ex auctoritate”. La autoridad la da la
razón y no al revés.
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