Y, como todas las crisis, la que hoy padece la Iglesia tiene vertientes opuestas. Posturas enfrentadas, con sus correspondientes mentores a veces en abierta oposición entre sí. Actitudes conservadoras e inmovilistas las unas, patrocinadas por los defensores de la “Ecclesia semper idem” como la definía Juan Pablo II. Frente a las progresistas y renovadoras las otras, apoyadas por los defensores de la “Ecclesia semper reformanda” como la calificaba Karl Barth. Mentores de las primeras, los acomodados sectores conservadores, los clérigos involucionistas, respaldados por no pocos poderosos jerarcas. Su lema: “nihil innovetur nisi quod traditum est”. Inspiradores de las segundas los sectores aperturistas, encabezados por el papa Francisco y las reformadoras Comunidades de Base. Su lema: “Una Iglesia pobre para los pobres”, Franciscus dixit.
Oscilaciones e indefiniciones instaladas en el ámbito de sus teologías y de sus prácticas litúrgicas. Titubeos y vacilaciones alojadas en sus estructuras y en sus principios morales. Cuestionamientos apostados en sus posturas económicas y hasta en sus expresiones artísticas.
Imágenes testimoniales externas, expresivas de esas dos vertientes, no faltan en nuestro entorno cercano. Símbolos representativos de esas dos posiciones distintas. El templo de Cedofeita, por un lado. Una imagen plástica de esa vertiente inmovilista y decadente. El estado de conservación de este templo, tanto en su espacio interior como en su porte exterior, atestigua esa imagen de abandono y desidia, que corrobora la crisis propia de la decadencia del final de una etapa.
Pórtico Cubelas. Vista interior. |
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