Vendemos todo: el mar, la arena, las rocas, el tiempo de un rodaje.
No existe un Brad Pitt asiático pero el haberlo imaginado es
suficiente para morirnos de glamour durante tres días y con el único
beneficio cierto de que nos conozcan en algún extremo de un mundo
lejano, el de salir en los periódicos, el de un breve instante de
gloria, el de arañar calderilla, que vuelve siempre a la máquina
tragaperras hasta dejarnos sin nada, deslumbrados como estamos ante
las mismas luces que encandilan a los niños.
Dudosa gloria. Dudoso todo. Pero mientras la noria sigue girando y el
altavoz sigue sonando, ensordecedor, sin dejar espacio para otra
forma de entendimiento, esta ideología que a golpe de imagen y
difusión se convierte en oficial está creando una nueva especie
protegida por las instituciones, soliviantada por la legalidad de la
tangente, una ideología capaz de envalentonar y coronar al que
llegue primero, que silencia a golpe de ideario giratorio todo
comportamiento transversal. Esta filosofía se transmite a la calle,
se acaba sirviendo dentro y fuera de muchos mostradores, y hace
posible y hasta lógica la inversión desorbitada que supone
engalanar un hotel de lujo que espera recuperar lo invertido con dos
únicas suites. Quizás se espera también recuperar una ex-isla
salvaje, y quizás desmaquillar un día un faro después de haberlo
explotado, pero en realidad, ¿a quién le importa la Isla Pancha, si
ni siquiera se habla de ella? No se habla porque la Isla Pancha nunca
dará dinero y los turistas que la valoraban por lo que era pasarán
de largo. Si pisar Las Catedrales lo tenemos cada vez más difícil,
poner un pie en la Isla Pancha estará literalmente «prohibido»,
pero qué más da: el principal argumento de este despropósito ya no
está de actualidad.
¿Qué es lo que importa, entonces? Lo que importa es que ya estamos
todos convencidos de lo positivo de este sinsentido, porque el
ribadense mejor situado afirmó la maravilla y aseguró que lo único
posible era firmar una licencia incuestionable. Y, así, medio
Ribadeo, sin conocer el proceso que lleva hasta ella (ni el que puede
desmantelarla), vio en este determinismo institucional la solidez de
un monolito.
El mundo se modifica. Y si las mentalidades evolucionan es porque la
rueda de la fortuna gira. Por eso, más que nunca debemos estar
atentos, porque nada es eterno, nada salvo quizás la Isla Pancha.
Si apagaran el altavoz para dejarnos pensar, hasta podríamos
escuchar el sonido del mar.
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Foto do faro vello da illa Pancha tomada dende o faro novo, publicada en http://ribadeando.blogspot.com.es/2010/06/non-son-restos-prehistoricos.html
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