20161026

EL SONIDO DE LA ISLA PANCHA. Covadonga Suárez, de 'Por Nuestro Faro'


Vendemos todo: el mar, la arena, las rocas, el tiempo de un rodaje. No existe un Brad Pitt asiático pero el haberlo imaginado es suficiente para morirnos de glamour durante tres días y con el único beneficio cierto de que nos conozcan en algún extremo de un mundo lejano, el de salir en los periódicos, el de un breve instante de gloria, el de arañar calderilla, que vuelve siempre a la máquina tragaperras hasta dejarnos sin nada, deslumbrados como estamos ante las mismas luces que encandilan a los niños.
Dudosa gloria. Dudoso todo. Pero mientras la noria sigue girando y el altavoz sigue sonando, ensordecedor, sin dejar espacio para otra forma de entendimiento, esta ideología que a golpe de imagen y difusión se convierte en oficial está creando una nueva especie protegida por las instituciones, soliviantada por la legalidad de la tangente, una ideología capaz de envalentonar y coronar al que llegue primero, que silencia a golpe de ideario giratorio todo comportamiento transversal. Esta filosofía se transmite a la calle, se acaba sirviendo dentro y fuera de muchos mostradores, y hace posible y hasta lógica la inversión desorbitada que supone engalanar un hotel de lujo que espera recuperar lo invertido con dos únicas suites. Quizás se espera también recuperar una ex-isla salvaje, y quizás desmaquillar un día un faro después de haberlo explotado, pero en realidad, ¿a quién le importa la Isla Pancha, si ni siquiera se habla de ella? No se habla porque la Isla Pancha nunca dará dinero y los turistas que la valoraban por lo que era pasarán de largo. Si pisar Las Catedrales lo tenemos cada vez más difícil, poner un pie en la Isla Pancha estará literalmente «prohibido», pero qué más da: el principal argumento de este despropósito ya no está de actualidad.
¿Qué es lo que importa, entonces? Lo que importa es que ya estamos todos convencidos de lo positivo de este sinsentido, porque el ribadense mejor situado afirmó la maravilla y aseguró que lo único posible era firmar una licencia incuestionable. Y, así, medio Ribadeo, sin conocer el proceso que lleva hasta ella (ni el que puede desmantelarla), vio en este determinismo institucional la solidez de un monolito.
El mundo se modifica. Y si las mentalidades evolucionan es porque la rueda de la fortuna gira. Por eso, más que nunca debemos estar atentos, porque nada es eterno, nada salvo quizás la Isla Pancha.
Si apagaran el altavoz para dejarnos pensar, hasta podríamos escuchar el sonido del mar.
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 Foto do faro vello da illa Pancha tomada dende o faro novo, publicada en http://ribadeando.blogspot.com.es/2010/06/non-son-restos-prehistoricos.html

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