Más vale caer en gracia que ser gracioso. Esta expresión siempre se
pronunció con cierto tonillo, cierta sorna, y en el fondo cierta
incredulidad, por insostenible a largo plazo, sabiendo que la verdad
estaba en otro lugar, el lugar del que sabría apreciarla. Pero si la
vida fuera tan sencilla como la aprendimos de niños, no tendríamos
que estar buscando hoy las razones que llevan a unos o a otros a
erigir dechados de gracia informativa y guardianes de templos a dedo.
Sabemos del atractivo incomparable del empresariado, llamado a
rescatar al mundo de su propia mediocridad inmovilista, ese
empresariado que revienta los bancos a golpe de préstamos y surfea
con gracia la ola de las subvenciones para brillar con una aureola de
temporada alta hasta que vuelve a llegar el invierno. Y esa ideología
de brillantina, muchas veces con la esperanza de vida de una bengala
en el medio de la Ría, es la que pretende llevarse el gato al agua.
Hay que decir, que ese prototipo cae mucho en gracia -siguiendo con
el refrán- en ciertos medios de comunicación, los que cantan las
excelencias del progreso según el llenazo hotelero o catedralicio
meses antes de que suceda. Gracias a esos medios, supimos de hoteles
que se abrían, se llenaban, se reservaban con tanta antelación que
, llegado el momento de la verdad, se precintaban. Y, esto, que en el
mundo en que vivimos puede parecer una frase malintencionada, no es
más que la simple verdad, pero en esto, como en todo, asistimos a
una reinterpretación de la ética en función de extraños valores.
¿Qué prima aquí? Vamos a intentar explicarlo. Veamos, ¿qué es
“Por nuestro faro”? Hace poco podíamos ver publicada una
reclamación del colectivo, perfectamente lícita y fundada en la
legalidad más básica, reducida a un ínfimo recuadro en medio de un
collage inverosímil de noticias breves : obituarios, heridos y
muertos en accidentes de tráfico, jornadas y seminarios. En el
titular ni siquiera podía leerse el nombre del colectivo. Pero si,
además, dicha reivindicación se presenta en la primera línea como
procedente de un grupo creado en internet (tras dos años de lucha
por obtener información, comunicaciones con el Defensor del Pueblo,
escritos al alcalde y Puertos, organización de actos, reuniones
periódicas, etc), un turista un poco despistado hasta podría pensar
que “Por nuestro faro” es poco más que una aplicación para
tablets.
Reclamar información, subrayar lo ilegal, exigir el cumplimiento de
la normativa vigente, no debería estar penado con la marginación o
el desprecio informativo. Como no debería victimizarse a los que
incumplen las normas, dedicarles páginas de papel y espacio digital,
como si saltarse las reglas a la torera entrase dentro de este juego
del poderío en boga, y los demás tuviéramos que cerrar el pico
para dejar entrar hasta el último espacio de nuestro patrimonio a
ese progreso arrasador que sin estudio de viabilidad, nos aseguran,
será algo prodigioso. Las proyecciones de futuro en el tratamiento
del tema desafían a veces los límites de toda lógica. Con el mismo
aplomo que se insinúa que dos apartamentos pueden propulsar el
turismo de la región, las pérdidas ocasionadas por el cierre parece
que serán enormes. Qué no daría yo por ver todos esos números.
Al margen de lo que un medio decida difundir como verdad impepinable,
reconozcamos que un empresario se puede hacer mucha pupa si alguien,
por brevemente que sea, decide aplicar una pequeña presión llamada
ley. Pero eso ya lo sabíamos, ¿no? ¿O no? Me temo que no, y por
eso el de siempre se permite en plena fiesta seguir insultando a las
madres de los miembros de este grupo sugeridor de verdades, una forma
como cualquier otra de celebrar la noche de San Juan, quizás, para
algunos, pero lo que está claro es que no será a él al que
sacrifiquen en la hoguera de la información.
Covadonga Suárez, colectivo “Por nuestro faro”
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