- LA CULTURA QUE NAVEGA A VELA -
Debo reconocer que la globalización de ciertos debates empieza a dejarme sin agua bajo la quilla. No entiendo como cuestiones no prioritarias y locales ganan terreno a cuestiones generales y fundamentales, léase nombre del colegio cillerense ante fracaso escolar por ejemplo. Si toda la problemática estudiantil es el cambio de nombre del colegio, bienvenido sea, pero me gustaría decirle a los profesores/as del claustro que en 1970 vivíamos en Celeiro, término que nunca nadie me prohibió usar ni me lo trajo la democracia, y que hoy en día en Getaria soy de Cillero, palabra que no murió con Franco en lugares donde la toponimia depende del entendimiento. La lingüística está para entenderse no para hacer politica. Y si todo esto no llega, me toca asistir en A Mariña al debate cultura maritima versus cultura industrial. Quiero creer que negar una ante la otra es de debate pequeño, y tratándose de un area eminentemente marítimo-pesquera, más todavía. Decía Cunqueiro, don Alvaro, que todo lo bueno a Galicia le vino por mar, a nosotros que vivimos en la esquina de la aldea galaica, como tengamos que esperar que los adelantos nos lleguen vía terrestre aún ahora en pleno siglo veintiuno, creo que vamos a ir retrasados. Así que extrapolando la facilidad de movimientos al propio ámbito cultural y a las corrientes vanguardistas, es fácil admitir que el gran avance sería vía marítima. Las incursiones bélicas, los negocios, el tráfico de mercancías, el peregrinaje, incluso nuestro sustento llegaría a la costa norte desde la mar, la misma que nos mantuvo y nos dió identidad. En el habla, en el pensamiento y forma de entender la vida estamos más cerca de los pueblos cantábricos que del interior de la propia provincia, nuestras influencias navegan desde Europa en el sentido horario, como la navegación de los peces demersales. La llegada de pescadores vascos en busca de la ballena es correspondida siglos más tarde con los desplazamientos en busca de la anchoa a sus tierras por parte de los gallegos del norte, hoy en día por los gallegos de toda la comunidad. La simbología, las tradiciones, las supersticiones como pueblo gallego están más vinculadas a los pueblos celtas, cuya vía de unión es el Atlántico, que a los pueblos del resto de España de influencia eminentemente mediterránea. Toda la cultura adquirida durante siglos será parte de nuestro ADN, cultura marítima, proveniente a vela y a remo frente a una cultura industrial más tardía y menos acusada en el litoral. Seguimos pensando en azul y hablando alto, seguimos desconfiando de todo pero abrimos nuestras casas en par, seguimos siendo resignados pero imbatibles trabajadores, es posible que no seamos metódicos pero si muy cumplidores, añoramos la lluvia y a los dos días lloviendo nos quejamos, yo reclamo la cultura de Cela, blasfemo y defensor del Finisterre, la barca de Santiago el Mayor y la ruta al Campus Stellae, las cantigas de Martin Codax y los exvotos da Virxe da Barca, y por supuesto la cultura industrial de los Massó, los Sensat, los Barreras o los Curbera puesta al servicio del avance pesquero, negar la una ante la otra sigue siendo tapar la realidad.
Nuestro espejo es la mar y cuanto más le damos la espalda menos avanzamos, industrial y culturalmente.
Capt. Jose Pino.
- La cuentos al servicio de la cultura -
Dice José Pino y dice bien, que a la vieja Britonia todo le llegó por la mar. Si lo sabremos los de Islas San Cyprianus, que tras el descubrimiento del Castro Celta en La Isla de la Atalaya, nos explicamos las razones que tuvo Ptolomeo cuando divulga la existencia de los Trileucos. Ese mar de cultura siempre reivindicado por Vicente Miguez, el autor de una narración que debería ser leída en voz alta en todas las escuelas de A Mariña - "A lúa deitada en porto norte"-. a modo de Quijote del mar, a fin de evitar el olvido de quien somos y de dónde venimos, en definitiva, nuestra identidad cultural como viejo y orgulloso pueblo Cantábrico.
Me sumerjo en la tradición oral. La que supone compartir el conocimiento. La que se escuchaba en una cantina de nuestros puertos. Pongamos: Rinlo... Nois... Celeiro... San Ciprián. Lo que podía contar la tripulación de aquellos bergantines orgullosos por cazar al viento como fuerza motriz.
Así y como si estuviéramos con unha cunca de viño quente, les presento lo que un día lejano contaba Paul Sébillot, en 1900, tras su periplo por tierras Celtas de Bretaña. Desde aquella sirena a la que un humilde zapatero encuentra dormida en una playa y que tras devolverla a la mar, colmaba todos los deseos del artesano. Hasta el mandato que recibió un capitán para ir con su buque a la búsqueda de los vientos; y así llegó al país de tales, metiéndolos en un saco y depositándolos en la bodega; pero un marinero se atrevió a dejar suelto al suroeste capaz para destrozar la embarcación; y así fue como los demás vientos se liberaron y pudieron seguir soplando. O esa historia del pacto con el diablo que hace un capitán para, que aquel y su barco negro, remolquen cual fuerza en favor de un buque perezoso. Y el mejor de todos -para mí-, el que cuenta la historia de un marino al que todos llamaban "Amuras a estribor".
Cuando repaso a los autores de las narraciones: grumetes, boteros, marineros, toneleros, mujeres de mareantes, cantineras de puertos...me viene a la imaginación una costa sin televisión, cuando las tinieblas son más poderosas que la luz, al calor del fuego comunitario, en estancias dónde una barra es el puente de mando para un tabernero que atiende a su tripulación sentada en mesas saboreando el aguardiente que entona las entrañas humanas frente a la humedad salada, y... suena una melodía popular que invita al cantarín colectivo. En definitiva, esa tradición oral que es fuente de cultura, ya que ha inspirado novelas para viajeros impenitentes, sensibles, capaces de ser notarios, para lo posteridad, de cómo se vive en la costa del norte, que nada tiene que ver, ni con la industria aluminera, ni con los dicterios del Corte Inglés, ni con la sociedad de consumo, invadida por la política.
Pablo Mosquera
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