20180219

Adaptarse al envejecimiento poblacional. Pablo Mosquera Mata

Algunos parecen darse cuenta ahora de lo que viene siendo obvio desde hace varias décadas. En el mundo occidental hay una inversión de la pirámide poblacional. 
Si le aplicamos aquella vieja y rotunda definición del profesor Vallejo Nájera, sobre la inteligencia como capacidad de adaptación a los cambios. O estamos rodeados de gentes con bajo coeficiente intelectual. O alguien pone el viejo problema sobre la mesa, para llamar la atención y ofrecernos una solución a inventario de sus intereses.
Alguno que se titula como Geriatra, debería repasar los parámetros de la Gerontología. Esa ciencia o arte que trata de dar vida a los años. Hoy no es noticia que los usuarios del Sistema Nacional de Salud ingresados en hospitales tengan más de 65 años. Para los optimistas indica que tener esa edad es formar parte de la mayoría y que llegamos a tal estadio de la vida en magníficas condiciones, incluidos los derechos integrales e integrados para ejercer la ciudadanía. Para los pesimistas, que sólo saben aplicar criterios economicistas, estamos a punto de morir del éxito por haber sido capaces de darle años a la vida.
De todos los indocumentados, los que me preocupan son los que se plantean la cuestión en el reducido espacio de la atención sanitaria. Pero el miedo se transforma en pánico cuando exigen Geriatras, desarrollo de la Geriatría y poner edad a las indicaciones para ingresar en cuidados intensivos o ser indicativo para un implante. Lo mejor que se puede decir de tales titulados es que se han quedado obsoletos. Ya no se hacen hospitales monográficos. La super especialización asistencial es aplicar que lo mejor es enemigo de la bueno. Hace años que en la Universidad, en los Departamentos de Salud Pública, señalamos la necesidad de regresar a la Medicina Interna, y a la adaptación de los equipos de salud multidisciplinares, a las características del usuario en su entorno.
No se debe confundir envejecimiento con dependencia. Como deberíamos sentir vergüenza cuando a un muchacho de casi catorce años, lo tiene que tratar su pediatra. O aquellos hospitales oncológicos que en su día eran como las leproserías o sanatorios antituberculosos. Que un médico sepa diagnosticar y tratar a enfermos mayores de 65 años, es algo "justo y necesario". Que una unidad de enfermería conozca los cuidados que debe dispensar a esa inmensa mayoría de pacientes ingresados en salas de hospitalización con más de setenta años, es imprescindible. Que los centros de salud tengan una frecuentación máxima entre los cohortes de población más avanzadas, es tan lógico como la propia eliminación de barreras arquitectónicas o el discurso del gran europeísta Delors sobre como el cuidar era un ingente nicho de nuevos empleos, o como los viajes del Imserso son una actividad lúdica necesaria y complementaria para las cuentas de la hostelería. El problema se centra en financiar el espacio socio sanitario en pleno envejecimiento poblacional, que se suma, a otras dos perversas variables: la nueva revolución tecnológica que elimina mano de obra y la tendencia capitalista al empleo precario con salarios miserables, todo ello conduce a que el actual sistema de financiación del espacio socio sanitario se complique y entre en gravísima crisis de sostenibilidad.
No sólo vencemos más enfermedades que antes impedían alcanzar la antigua denominación de tercera edad. Es que hasta los más tontos se han dado cuenta que hay una población- de mayores- consumerista, con sus propios gustos y experiencias, que son clientela muy importante a la hora de hacer ofertas de ropa, calzado, deporte, ocio, cultura, programación mediática, vehículos, turismo, incluso esa segunda oportunidad que comenzó con discretas aulas para los mayores y ahora son alumnos de la Universidad, Conservatorios, Museos, etc., o de los programas de Erasmus.
Hace años, desde mi jefatura de servicio por oposición, recomendaba leer la obra de Simone de Beauvoir, ponía como ejemplo al Canciller Adenauer, al Premier Churchill, al Presidente Nikita Jrushchov, como miembros activos de la gerontocracia. Hoy lo raro es hacer una tertulia de domingo en A Mariña y no descubrir que la inmensa mayoría de los allí presentes somos jubilados-pensionistas-activos-informados.
Si lo que pretenden algunos es que la juventud además de pagar las cotizaciones a la Seguridad Social, ahorren mediante un plan de pensiones, díganlo, pero terminen de una vez lo que vengo llamando "la gestión del miedo", y no usen a presuntos expertos cuyos dicterios son insostenibles más allá de hacerse publicidad para sus intereses privados.

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