Se puede guardar un libro, un poema escrito sobre un papel, las hojas de una camelia, fotos antiguas y cartas amarillentas por el paso del tiempo. Los recuerdos como los sonidos se guardan en algún lugar de nuestro sistema nervioso central, que estudiaron Cajal y Fernando de Castro. Al primero le concedieron el Premio Nobel, al segundo, discípulo más joven del anterior y profesor mío en la Complutense, lo humillaron -así nos lo contaba- por no haber logrado el Nobel en 1938, a pesar de sus méritos, pero España era un país maldito, en plena guerra incivil.
Sábado 26 de mayo. Llueve sobre la ciudad del Landro. El Teatro Pastor Díaz recuerda a un ilustre hijo de A Vila. Loís Tobío. El acto se inaugura con una mesa presidencial, sobre un escenario con minimalista decoración. En media hora, se dan todas las circunstancias que los asistentes podemos y debemos calificar como éxito. Y es que para ser brillante no hace falta pompa o discurso largo. Es necesario disponer de dos elementos: conocimiento sobre el asunto a tratar y capacidad para emocionar comunicando.
El Consello da Cultura Galega acude a la ciudad de los hermanos Vilar Ponte, dónde la Alcaldesa María Loureiro actúa como anfitriona y pronuncia un excelente discurso de bienvenida a los participantes en la jornada que coordina Xulio Ríos. Pero lo mejor está por llegar. Carlos Nuevo Cal, Ramón Villares y Constanza Tobío, van desgranando razones, motivos, méritos, recuerdos y vivencias personales sobre un hombre que nació entre las galerías de madera y cristal que buscan la mar Cantábrica, que tuvo mucho que ver con Seminarios de Estudos o que se ganó la inmortalidad para ponerle su nombre a un centro educativo.
En poco tiempo se produce el encantamiento. Nos trasladan con la palabra por los mundos del ilustre erudito. Humanista, comprometido, periodista, diplomático, viajero universal, y sobre todo gallego que recogió entre retina, piel, alma y conversaciones, la Europa del siglo XX, o la historia de Galicia que es también la historia de la diáspora gallega por el mundo.
Un sábado para sentir el orgullo de ser de aquí. De una provincia norteña, que ha dado gentes que se merecen la inmortalidad. Pero para ello nada mejor que una historia bien contada. Como lo hizo Carlos Nuevo Cal, en sus dos vertientes. La del historiador que busca la verdad, y la del amigo que escuchó los latidos del hombre, sus pisadas por las calles de su ciudad en la que fue feliz. De ahí la calificación que tan acertadamente dio, nuestro Carlos, a su brillante alocución. Se trata de una vida plena entre la ética y la amistad, para quien Galicia debe ser casa común para todos los que sienten el orgullo nacional y quieren ser partícipes en la romántica tarea de construir un espacio de progreso y libertad, sin ningún tipo de exclusión.
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