La imbecilidad es una forma grave de retraso mental. Es mucho más que un simple y habitual insulto. Humberto Eco distingue entre imbéciles, idiotas y estúpidos Un vehículo para huir de la imbecilidad es la cultura. Hace tiempo que descubrí como la cultura era la peor enemiga de los mandarines. O como la televisión además de ser perversa alternativa a la lectura, era una invasora pandémica al servicio de la imbecilidad colectiva.
Mauricio Ferraris ha sido capaz de separar o clasificar los diferentes tipos de imbecilidad. Maligna, que llega a banalizar el mal; creativa, cuando nos obliga a ser excéntricos; técnica, señalando como muy actual lo que acontece con la red, pretenciosa, sentirse más listo que los demás; elitista, "si la uniformidad de las masas puede ser imbecilizante, lo contrario también"; política: "muera la inteligencia"; solemne, la que da lugar al elevado concepto que uno puede llegar a tener de sí mismo.
Ahora y con base en lo que antecede, hagamos una reflexión sobre lo que nos trasmiten por "tierra, mar y aire" los actuales dirigentes de la sociedad. Ahí está el quid para el éxito de ciertos programas de televisión, o determinadas conductas adictivas a las redes sociales, y los mensajes, directos y subliminares, que los políticos nos trasladan con su conducta.
Me encantaría que alguien nos sorprendiera con una tesis doctoral sobre el particular. Puede ser un médico. Puede ser un filósofo. Puede ser un sociólogo. Puede ser un pedagogo. Hasta puede ser un teólogo. Les propongo que un lector de Platón y de Aristóteles, con grado de Catedrático, y antecedentes de estudios en el maravilloso Seminario de Santa Catalina en la inmortal Mondoñedo, sea el Director del trabajo. Requiero por lo menos a tres Catedráticos de la Complutense o de Alcalá de Henares, con rebeldía probada, que sean tribunal del aspirante y su trabajo de posgrado. Hágase lo imposible para publicar tal tesis y oblíguese a las televisiones públicas a incluirlas en su programación cultural. Puede servir de guión para una película, una escultura como aquella de Rodín "El Pensador", o también "El Caminante" de Giacometti. Estaría en las consideraciones previas a cualquier trabajo sobre la adicción a máquinas, videojuegos y móviles.
¡De pronto me sucede como al Quijote, vuelvo ser Alonso Quijano!. Descubro que hasta me pueden acusar de plagio. Esta vez con la obra o el espíritu de tal, que reflejó José Zorrilla en "Traidor, inconfeso y mártir".
Pablo Mosquera Mata
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