Estandarte Real de Juan Carlos I. Creative Commons recoñecemento compartir igual 3.0 Unported, de https://gl.wikipedia.org/wiki/Ficheiro:Estandarte_Real_de_Juan_Carlos_I.svg |
UN TELÓN QUE SE CIERRA Y UNA CLAQUE SIN DIRECCIÓN.
Algunos amigos me animan a escribir sobre la marcha de Juan Carlos al extranjero. Entre paréntesis, me niego a llamarlo exilio. Exiliados eran Machado o Azaña entre tantos miles de españoles liberales y republicanos que pretendían saliendo de España salvar su vida y su conciencia.
La jugada es de libro. Juan Carlos se inmola por el bien de la dinastía. Recibe un mensaje de agradecimiento por los servicios prestados y si te he visto no me acuerdo. Es así de brutal. Otra cosa es que funcione. Tengo serías dudas al respecto.
Creo que ha tenido que ser la decisión más meditada de los tiempos monárquicos. Una especie de mal menor que pueda servir para restablecer la confianza en la institución y serenar los ánimos de una población estupefacta pero que también puede acelerar el deterioro de la Corona. El hecho de la huida es la mejor evidencia, la prueba diabólica si queréis, de que algo hay. El reconocimiento de los hechos. De los que vamos conociendo y de los que previsiblemente emergerán al conocimiento público en los próximos meses. No ha habido ganas ni fuerza para tratar de contener la marea ni aguantar la ola del posible, del seguro desencanto popular. Siendo previsible que todo el enredo no tenga consecuencias penales la deducción es que lo que se trata de evitar es la explotación política antimonárquica de los hechos ¿servirá para eso?
No creo que Juan Carlos haya estado por la labor. Si alguien sabe de símbolos es él. Salir por piernas del país nos retrotrae a todos a memorias históricas vergonzosas de la dinastía real española. Asumir el gesto de la huida tiene que ser un trago tan duro para el Emérito superior, incluso, al harakiri que algún patán de la derecha le recomendaba recientemente. Ha tenido que resistirse denodadamente a esta alternativa. Y con razones políticas sólidas. Cuántas veces no habrá invocado ante los suyos su inocencia y su criterio basado en la experiencia política que atesora sobre la inutilidad del gesto. Alegar que este movimiento va a ser un acelerador de la crisis monárquica entra en lo previsible. Extraer de ello la consecuencia de que lo mejor sería resistir la ola no es un cálculo interesado. Es un pronóstico y un proceder realista.
Ahora no serán pocos los que castiguen la imagen del hijo que ha abandonado al padre en tristes circunstancias. La imagen de un Fernando VII, el rey Felón, entregando a su padre a Napoleón para conservar la corona y ser engañado a su vez por el francés. Otros venderán la triste y lastimera imagen de un rey que después de traer la democracia está recibiendo un trato inhumano. La consecuencia natural de esa idea no puede ser otra que proyectar sobre Felipe la responsabilidad de la maniobra. No es Pablo Iglesias el que está expulsando al viejo rey. De hecho en una reacción rápida e inteligente, y también muy cabrona ¿por qué no decirlo?, Iglesias ha dicho que la huida le parece fatal. Que lo preferible sería que diese la cara. Imposible evitar la responsabilidad directa de Felipe en la gestión de los acontecimientos.
No hay cinturón de seguridad. Han decidido, con mucho tiempo de incubación, pues esta crisis ya lleva rondando como mínimo desde los tiempos de la abdicación, han preferido, iba diciendo, echar al rey anciano a los leones para salvar el reinado del rey joven. Y al final puede que la maniobra no sea útil. Como le dijo don Luis a don Juan Tenorio «Yo la amaba. Sí. Mas con lo que habéis osado, imposible la hais dejado para vos y para mí»
Creo que seguimos con las espadas en alto. Y que van a pasar más cosas y no todas nos van a gustar. Un tiempo desaparece y el que le sustituya no tiene el rostro claro.
Hoy hemos visto como el telón se cierra y el público no se quiere ir del teatro. El patio de butacas quiere construir un nuevo final. No le ha convencido el escrito para la función. Y en el gallinero siguen los gritos. La claque está fuera de la sala pidiendo explicaciones al jefe.
No es hoy el mejor día que vayamos a vivir.
A mi me da pena y me entra un respeto imponente como decían del Piyayo. Para mi Juan Carlos en este momento me merece un respeto imponente. A lo mejor ustedes no me entienden. Pero a mis años el sentimentalismo es una de las mejores herramientas para sobrevivir.
Abrazos
La jugada es de libro. Juan Carlos se inmola por el bien de la dinastía. Recibe un mensaje de agradecimiento por los servicios prestados y si te he visto no me acuerdo. Es así de brutal. Otra cosa es que funcione. Tengo serías dudas al respecto.
Creo que ha tenido que ser la decisión más meditada de los tiempos monárquicos. Una especie de mal menor que pueda servir para restablecer la confianza en la institución y serenar los ánimos de una población estupefacta pero que también puede acelerar el deterioro de la Corona. El hecho de la huida es la mejor evidencia, la prueba diabólica si queréis, de que algo hay. El reconocimiento de los hechos. De los que vamos conociendo y de los que previsiblemente emergerán al conocimiento público en los próximos meses. No ha habido ganas ni fuerza para tratar de contener la marea ni aguantar la ola del posible, del seguro desencanto popular. Siendo previsible que todo el enredo no tenga consecuencias penales la deducción es que lo que se trata de evitar es la explotación política antimonárquica de los hechos ¿servirá para eso?
No creo que Juan Carlos haya estado por la labor. Si alguien sabe de símbolos es él. Salir por piernas del país nos retrotrae a todos a memorias históricas vergonzosas de la dinastía real española. Asumir el gesto de la huida tiene que ser un trago tan duro para el Emérito superior, incluso, al harakiri que algún patán de la derecha le recomendaba recientemente. Ha tenido que resistirse denodadamente a esta alternativa. Y con razones políticas sólidas. Cuántas veces no habrá invocado ante los suyos su inocencia y su criterio basado en la experiencia política que atesora sobre la inutilidad del gesto. Alegar que este movimiento va a ser un acelerador de la crisis monárquica entra en lo previsible. Extraer de ello la consecuencia de que lo mejor sería resistir la ola no es un cálculo interesado. Es un pronóstico y un proceder realista.
Ahora no serán pocos los que castiguen la imagen del hijo que ha abandonado al padre en tristes circunstancias. La imagen de un Fernando VII, el rey Felón, entregando a su padre a Napoleón para conservar la corona y ser engañado a su vez por el francés. Otros venderán la triste y lastimera imagen de un rey que después de traer la democracia está recibiendo un trato inhumano. La consecuencia natural de esa idea no puede ser otra que proyectar sobre Felipe la responsabilidad de la maniobra. No es Pablo Iglesias el que está expulsando al viejo rey. De hecho en una reacción rápida e inteligente, y también muy cabrona ¿por qué no decirlo?, Iglesias ha dicho que la huida le parece fatal. Que lo preferible sería que diese la cara. Imposible evitar la responsabilidad directa de Felipe en la gestión de los acontecimientos.
No hay cinturón de seguridad. Han decidido, con mucho tiempo de incubación, pues esta crisis ya lleva rondando como mínimo desde los tiempos de la abdicación, han preferido, iba diciendo, echar al rey anciano a los leones para salvar el reinado del rey joven. Y al final puede que la maniobra no sea útil. Como le dijo don Luis a don Juan Tenorio «Yo la amaba. Sí. Mas con lo que habéis osado, imposible la hais dejado para vos y para mí»
Creo que seguimos con las espadas en alto. Y que van a pasar más cosas y no todas nos van a gustar. Un tiempo desaparece y el que le sustituya no tiene el rostro claro.
Hoy hemos visto como el telón se cierra y el público no se quiere ir del teatro. El patio de butacas quiere construir un nuevo final. No le ha convencido el escrito para la función. Y en el gallinero siguen los gritos. La claque está fuera de la sala pidiendo explicaciones al jefe.
No es hoy el mejor día que vayamos a vivir.
A mi me da pena y me entra un respeto imponente como decían del Piyayo. Para mi Juan Carlos en este momento me merece un respeto imponente. A lo mejor ustedes no me entienden. Pero a mis años el sentimentalismo es una de las mejores herramientas para sobrevivir.
Abrazos
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