CONFINADOS EN UNA PESADILLA
16 de octubre de 2020
No todo es pugna política o competición económica. La sociedad es comunidad, es vecindad, es convivencia. En situaciones de crisis parece que lo razonable sería atenuar las peleas políticas y el afán económico para concentrarse en fortalecer la sociedad. Al contrario resulta fácil que la crisis se exacerbe y los conflictos se agudicen. Incluso algunos en esas circunstancias creen que es preferible acelerar los procesos de cambio traumático para instaurar un nuevo orden sobre la ruina del viejo. A veces no hace falta siquiera que exista un hartazgo generalizado para encender la chispa del conflicto. Surge casi como natural por pura acumulación de acontecimientos y provocaciones absurdas. En esas estamos. Las clases sociales, los partidos políticos, las instituciones no encuentran el camino democrático para la solución de conflictos. El rencor se instala en los corazones y la sinrazón se erige en el camino elegido. No estamos ni mucho menos en esa situación pero a veces el clima que los medios y las redes nos "relatan" así lo parece. Y cuando más te esmeras en tratar de entender y jerarquizar los acontecimientos menos lo consigues y eso proyecta desánimo y depresión colectiva.
Cada uno va buscando su refugio. Perdemos las ganas de hablar con nuestros vecinos y hasta con la propia familia para evitar problemas. Nos restringimos hasta el pensamiento. Nos refugiamos en nuestra privacidad y buscamos caminos particulares para salir adelante. Los viejos se asustan. Los jóvenes se encabritan y cada cual busca su chivo expiatorio preferido y su paraíso artificial. Yo creo que lo encuentro en los sueños y en lo que me sugieren.
Les contaré el último, particularmente largo y raro.
Es muy de mañana y creo que venimos Isabel y yo de entregar sangre en algún hospital para alguna analítica que nos hayan ordenado. Pasamos cerca de un edificio que parece el museo del Prado. Tenemos ganas de desayunar y pienso qué cerca está el instituto Lord Byron. Un invento absurdo. Antes de llegar vemos una escena triste. Un chico joven con pinta de estudiante universitario está llorando y unos compañeros le rodean. Pero si no ha sido nada, solo una broma tonta. Si. Cambiarme una raja de chorizo del bocadillo por una piedra. Me he roto un diente. Por fin llegamos a una puerta de algo que parece ser una cafetería. Entramos. Aquello está muy desangelado. Grandes estantes llenos de vajillas y botellas pero no sé ven cafeteras ni camareros ni nada. Esto ya no es lo que era. Nos dice un amigo al que creo identificar. Nos sentamos a una mesa y enseguida llega una señora con un mandil y dos enormes cafeteras de aluminio, de las de asa en las dos manos. En un café y en otra leche. Nos sirve. El café está frío. Me acerco a una especie de mostrador en el que un cartel pone que sirven unos bollos ingleses llamados cones. Realmente no son cones. Son buñuelos al estilo madrileño. Protesto a un encargado que me dice: son lentejas y me habla de patriotismo. A continuación empiezan a llegar atraídos por el discurso del encargado otros clientes del café que se ponen a lanzar discursos a cual más extraño. Todos los que hablan son amigos míos. Uno lanzan discursos contra el patriotismo contestando al encargado. Todos los pueblos patrióticos son patéticos. Cuando un pueblo empieza a adorar sus símbolos patrios muchos empiezan a ganar dinero con sus banderas. Y los pobres se arruinan. Al final las banderas no se comen.
Inglaterra empezó así y ahí les tienes. Borrachos de amor a su patria y cada vez más divididos en patrias más pequeñas.
Siguen los discursos. Todo en un orden casi de funeral. Yo soy el único entre el público que me limito a escuchar. Uno habla de economía. No entiendo nada. Otro de salud pública diciendo que la enfermedad no existe, que es un invento de los laboratorios para vender medicamentos. Llega una mujer y nos propone unirnos a un nuevo movimiento libertador. Cada día tenemos que salir a la calle tratando de emular a nuestros mejores héroes. Un día sales disfrazado de Mozart o de Allan Poe. Otro de Lenin o de Mussolini. Ese es el plan de la buena señora. Un carnaval, eso es, grita otro. Mejor un auto sacramental. Incluso uno grita que lo mejor es un ajusticiamiento popular en la Plaza Mayor. Pero a quién se ajusticia, se me ocurre preguntar. A ti, a ti, grita una multitud.
En esas me despierto y creo que tengo que escribir el sueño. Si no lo hago se me va a olvidar. Fue el martes pasado.
Duro, eh. Como para estar tranquilo.
Pues a pasar la semana como buenamente podamos.
Un beso
Ángel
No todo es pugna política o competición económica. La sociedad es comunidad, es vecindad, es convivencia. En situaciones de crisis parece que lo razonable sería atenuar las peleas políticas y el afán económico para concentrarse en fortalecer la sociedad. Al contrario resulta fácil que la crisis se exacerbe y los conflictos se agudicen. Incluso algunos en esas circunstancias creen que es preferible acelerar los procesos de cambio traumático para instaurar un nuevo orden sobre la ruina del viejo. A veces no hace falta siquiera que exista un hartazgo generalizado para encender la chispa del conflicto. Surge casi como natural por pura acumulación de acontecimientos y provocaciones absurdas. En esas estamos. Las clases sociales, los partidos políticos, las instituciones no encuentran el camino democrático para la solución de conflictos. El rencor se instala en los corazones y la sinrazón se erige en el camino elegido. No estamos ni mucho menos en esa situación pero a veces el clima que los medios y las redes nos "relatan" así lo parece. Y cuando más te esmeras en tratar de entender y jerarquizar los acontecimientos menos lo consigues y eso proyecta desánimo y depresión colectiva.
Cada uno va buscando su refugio. Perdemos las ganas de hablar con nuestros vecinos y hasta con la propia familia para evitar problemas. Nos restringimos hasta el pensamiento. Nos refugiamos en nuestra privacidad y buscamos caminos particulares para salir adelante. Los viejos se asustan. Los jóvenes se encabritan y cada cual busca su chivo expiatorio preferido y su paraíso artificial. Yo creo que lo encuentro en los sueños y en lo que me sugieren.
Les contaré el último, particularmente largo y raro.
Es muy de mañana y creo que venimos Isabel y yo de entregar sangre en algún hospital para alguna analítica que nos hayan ordenado. Pasamos cerca de un edificio que parece el museo del Prado. Tenemos ganas de desayunar y pienso qué cerca está el instituto Lord Byron. Un invento absurdo. Antes de llegar vemos una escena triste. Un chico joven con pinta de estudiante universitario está llorando y unos compañeros le rodean. Pero si no ha sido nada, solo una broma tonta. Si. Cambiarme una raja de chorizo del bocadillo por una piedra. Me he roto un diente. Por fin llegamos a una puerta de algo que parece ser una cafetería. Entramos. Aquello está muy desangelado. Grandes estantes llenos de vajillas y botellas pero no sé ven cafeteras ni camareros ni nada. Esto ya no es lo que era. Nos dice un amigo al que creo identificar. Nos sentamos a una mesa y enseguida llega una señora con un mandil y dos enormes cafeteras de aluminio, de las de asa en las dos manos. En un café y en otra leche. Nos sirve. El café está frío. Me acerco a una especie de mostrador en el que un cartel pone que sirven unos bollos ingleses llamados cones. Realmente no son cones. Son buñuelos al estilo madrileño. Protesto a un encargado que me dice: son lentejas y me habla de patriotismo. A continuación empiezan a llegar atraídos por el discurso del encargado otros clientes del café que se ponen a lanzar discursos a cual más extraño. Todos los que hablan son amigos míos. Uno lanzan discursos contra el patriotismo contestando al encargado. Todos los pueblos patrióticos son patéticos. Cuando un pueblo empieza a adorar sus símbolos patrios muchos empiezan a ganar dinero con sus banderas. Y los pobres se arruinan. Al final las banderas no se comen.
Inglaterra empezó así y ahí les tienes. Borrachos de amor a su patria y cada vez más divididos en patrias más pequeñas.
Siguen los discursos. Todo en un orden casi de funeral. Yo soy el único entre el público que me limito a escuchar. Uno habla de economía. No entiendo nada. Otro de salud pública diciendo que la enfermedad no existe, que es un invento de los laboratorios para vender medicamentos. Llega una mujer y nos propone unirnos a un nuevo movimiento libertador. Cada día tenemos que salir a la calle tratando de emular a nuestros mejores héroes. Un día sales disfrazado de Mozart o de Allan Poe. Otro de Lenin o de Mussolini. Ese es el plan de la buena señora. Un carnaval, eso es, grita otro. Mejor un auto sacramental. Incluso uno grita que lo mejor es un ajusticiamiento popular en la Plaza Mayor. Pero a quién se ajusticia, se me ocurre preguntar. A ti, a ti, grita una multitud.
En esas me despierto y creo que tengo que escribir el sueño. Si no lo hago se me va a olvidar. Fue el martes pasado.
Duro, eh. Como para estar tranquilo.
Pues a pasar la semana como buenamente podamos.
Un beso
Ángel
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