Sevilla. La ciudad más representativa en España del espíritu clásico, medieval y renacentista. Y dónde transcurre el sueño final de esta entrega del Diario de un Confinado en Olavide. |
MUNDO Y CIUDAD
26 de marzo de 2021
“Este libro comienza con una ciudad que era, simbólicamente, un mundo; termina con un mundo que se ha convertido, en muchos aspectos prácticos, en una ciudad"
Lewis Mumford, uno de los talentos fundamentales de la historia y la sociología del siglo XX, empezaba su libro "La Ciudad y la Historia" con el párrafo que he utilizado de entradilla para esta nota semanal.
Fue un libro que me impresionó en su momento y por eso lo he recordado. No hago más que pensar en los últimos tiempos sobre los cambios que se empiezan a adivinar en nuestras ciudades. Como la pandemia se presenta como un acelerador de movimientos que nos van a llevar hacia un modelo de ciudad irreconocible. Por lo menos para las generaciones más mayores que llegamos a vivir los últimos momentos de la ciudad tradicional española, de aquella ciudad donde a la vuelta de la esquina se adivinaba el campo. La ciudad de los oficios, de las corporaciones, del comercio amable, de los vecinos que eran casi de la familia, que te prestaban el último vaso de aceite y te socorrían en las desgracias. La ciudad en la que los niños eran los reyes de la calle y en las que las distancias entre el trabajo y la vivienda eran amistosas.
Y cuando hablo de cambio no me refiero a un nuevo paisaje de grúas por doquier. Eso ya lo hemos vivido. Estoy pensando en una ciudad nueva convertida en un paraíso para visitantes, terrazas, museos, calles espectáculo y un infierno de ruidos para los vecinos. Ciudades con barrios segregados, con servicios desproporcionados a favor de unos ciudadanos en detrimento de otros. Ciudades especulativas de imposible acceso para trabajadores medios. Ciudades llenas de barreras arquitectónicas, con tráficos imposibles, con aceras cegadas de patinetes y bicis. Con las famosas dark kitchen llenando los patios de manzana y los ciclistas llamados riders cruzando entre las muchedumbres. Ciudades convertidas en set de rodaje de series juveniles y platós de concursos de baile. Un futuro Blade Runner. Visiones fantásticas que te obligan a pensar en el pasado.
Sabemos que la ciudad surge en la sociedad neolítica aunque todavía no sepamos muy bien a través de qué mecanismos. Posiblemente por razones muy diversas relacionadas con exigencias de producción de las nacientes agricultura y ganadería. Control de las fuentes y los ríos. Especialización productiva. Defensa. Vete a saber. Mumford, que en el fondo era un ácrata y un romántico de cuidado, pensaba que fueron fundamentalmente razones políticas. Control social y hegemonía nobiliaria. Nos pasa lo mismo a la hora de especular de qué forma las viejas sociedades de cazadores y recolectores se convierten en sociedades sedentarias. Demografía, crisis ecológica, clima. O la santa voluntad de las tribus, es decir, razones políticas. Vocación. Incluso hay teorías muy modernas que especulan con la posibilidad de que las poblaciones cazadoras y recolectoras de Europa desaparecieran antes del Neolítico y que las poblaciones humanas que dieron cuerpo a la revolución campesina, ganadera y poblacional fueran otras poblaciones humanas distintas del sapiens del paleolítico continental que posiblemente desapareció al tiempo que sus primos neandertales.
De cómo fue posible que sociedades muy igualitarias y autogestionadas acaban convertidas en sociedades jerarquizadas y autoritarias hay también muchas teorías. La primera: el tiempo de la transición fue larguísimo. Las cosas no ocurrieron en un pispás. La especialización productiva, la defensiva, el cambio de roles sexuales. Y sobre todo la política. El arte del control social. La dimensión. No es lo mismo una aldea, que una agrupación política de aldeas. Ni una ciudad amurallada que una federación de ciudades. O un imperio. O una cultura o civilización. El materialismo histórico nos ha hecho pensar en una evolución relacionada con los medios de producción y las relaciones sociales. Pero también debieron de intervenir en este largo proceso factores simbólicos, religiosos, poéticos. De eso escribe largo y tendido el maestro Mumford.
El viejo talento cazador, la disciplina de la caza, contribuyó a dar forma al nuevo orden social de las nuevas aldeas y poblaciones.
La sustitución del consejo de ancianos por las jerarquías militares y familiares no debió ser un proceso fácil ni lineal pero de alguna forma las sociedades supieron aprovechar las viejas estructuras de poder.
El caso es que el mundo ya no fue lo mismo. Nuevos oficios, nuevos talentos. Y una capacidad de ordenar la sociedad novedosa. Los chamanes convertidos en sacerdotes de nuevos cultos religiosos. O en médicos y cuidadores. Las mujeres y los hombres encontrando roles de comportamiento muy diferentes a los de la sociedad de las cavernas. Tantos cambios. Tantas contradicciones al tiempo.
Los griegos fueron capaces de resolver esas contradicciones. Mantuvieron la escala aldeana. Su concepción de ciudades abiertas, sin murallas. Y su invento de la democracia a través de la ciudadanía. Por supuesto que creando instituciones como el esclavismo. No todo en Grecia era una postal.
Pero Roma inventa el imperialismo y se despreocupa de las personas. Traiciona a Grecia y recupera los valores antiguos de las ciudades mesopotámicas.
La ciudad medieval. La gran maltratada por la historia. Observamos, desde la lejanía de la historia, la ciudad medieval a través del literario hacinamiento y de las imágenes de las pestes y nos olvidamos del formidable invento de los mercados, verdadero punto de intersección entre ciudad y naturaleza, del invento de las monedas, orden comercial, tribunales locales, el derecho a portar armas. El peso benéfico de las iglesias. La creación de los burgueses.
Y al final la gran tragedia de las ciudades carbón como las llama Mumford. Las ciudades industriales dickensianas. Ciudades que al margen de los cambios históricos de los dos últimos siglos, electrificación, motorización, han sabido mantener una imagen muy pareja. La imagen de sociedades de clases, de barrios ricos y pobres. Ciudades de arriba y abajo. Eso es lo que está entrando en combustión.
¿Qué ciudad representará en el futuro aquella en la que las relaciones sociales se desarrollen fundamentalmente en la red, en la nube? ¿Asistiremos a un fenómeno inverso de vuelta al campo, al rural? ¿El teletrabajo como altera la vida urbana?¿Que forma adaptará la cultura del futuro?
Demasiadas preguntas. El debate está servido. Lo único que sabemos es que son tiempos de cambio. Ignoramos en qué medida los poderosos del mundo están fijando nuevos modelos. Puede que ya nadie esté a los mandos y que nos dirijamos hacia un futuro caótico.
Por algún lado saldrá el sol. Yo me estoy cansando ya de tanto especular. El arte quiere seguir teniendo una pista libre.
Besos para todas.
Ángel
POSDATA
Justo esta noche me tocaba pasear por una Sevilla soñada. Puede que la ciudad más clásica, medieval y renacentista de España. La transformación vivida en el espacio de mi ensoñación me ha desvelado media noche. Les cuento. Las palomas blancas desaparecidas. Se fueron, nadie sabe dónde. Mucha limpieza en las calles. Un clima de primavera perfumado por el azahar. Las puertas de las iglesias abiertas para la visita de los fieles que parecían preferir las terrazas de las avenidas y las sombras de las viejas plazas. Cerca de la Torre del Oro un enorme campo de refugiados y enfrente al otro lado del río alambradas que cerraban otro campo de refugiados. Los de este lado del río eran blancos, los de Triana negros. Como si hubiese castas para el desastre. Los gorrillas estaban al mando en ambos escenarios de la reclusión a modo de guardias de seguridad. Se les veía enérgicos, marciales. Muy puestos en la dignidad del cargo. En cada esquina grupos de médicos y de enfermeros cómodamente instalados bajo marquesinas feriales de rayas verdes y blancas esperaban a los vecinos para inyectarles su vacuna. Los encargados de tal faena estaban vestidos de luces y sus jeringuillas tenían la forma de banderillas.
No veía por ninguna parte coches de caballos. Me iba acercando a la catedral al tiempo que las calles se llenaban de nazarenos armados con guitarras eléctricas. El público, admirado y sobrecogido por la emoción, se arrodillaba al paso de ese ejército musical. En cualquier momento desde los balcones cantantes clones del Camarón improvisaban saetas rockeras. Me veía a mi mismo huir del centro como de la peste y avanzar entre masas por Sierpes hasta la plaza del Duque y luego por Trajano hasta la Alameda. Terminaba en la Macarena, en la puerta de la casa en la calle Malpartida de mi amiga Chari. En el sueño sabía que ya había fallecido pero la llamaba a gritos desde abajo. Los vecinos me tiraban tiestos. En ese momento ya no sé si desperté o deje de soñar. El caso es que estoy vivo y compartiendo la pesadilla con ustedes.
Lo dicho. Besos.
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