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Cuando la vergüenza se pierde. José María Rodríguez Díaz (2007)

    Coido que hox enténdese perfectamente o que se quere dicir cando se lle chama a alguén 'sinvergüenza', unha verba que non se usa traducida ó galego. José María usa o termo para a detección da corrupción. Esta é unha versión pouco diferente da que xa tratara algúns meses antes, en abril de 2007, publicada aquí.

Viernes, 10 de agosto de 2007

CUANDO LA vergüenza SE PIERDE

• Publicado por jmrd_ribadeo a las 10:45

Para Aristóteles la vergüenza y el rubor eran indicios inequívocos de la presencia del sentimiento ético. Y añadía que sentir vergüenza es uno de los indicadores más inequívocos de que todavía no hemos perdido del todo el sentido de lo ético en nuestras vidas. El rubor es la expresión del sentimiento de culpa que nos embarga por la maldad o la inmoralidad de nuestras acciones. La vergüenza y el rubor reprimen el impulso de violar las leyes y frenan la voluntad de corrupción. La ausencia de rubor y de vergüenza indica, pues, que las personas se han vuelto inmunes ante a la corrupción. Por lo tanto, cuando faltan todo es posible. Lo que ya a nadie sorprende es constatar que muchos de los políticos que se dedican a la gestión de lo público en nuestros concejos, ni sienten vergüenza, ni se ruborizan frente a los actos corruptos que constantemente practican en el gobierno. Es más, muchos de ellos son inmunes al arrepentimiento y reacios al cambio de actitudes.

Esos tales no sienten vergüenza ni se ruborizan cuando aceptan la subida de dietas y comisiones por asistir a los plenos o representar al concejo. Tampoco sentían vergüenza ni se ruborizaban cuando en los anteriores mandatos votaban los suculentos sueldos de que se dotaban a sí mismos y a sus amigos en el concejo. No sentían vergüenza ni se ruborizaban cuando beneficiaban a sus amigos con sustanciosas prebendas o cuando condonaban a algunos las tasas que debían pagar a las arcas municipales como cualquier ciudadano. No sentían vergüenza ni se ruborizaban cuando utilizaban los recursos públicos a su capricho y antojo, sin criterios de prioridad, rentabilidad ni honestidad, manejando el dinero público como si fuera de nadie. No sentían vergüenza cuando eran acusados de favorecer a sus mecenas a costa de la legalidad urbanística, como pasó recientemente en Ribadeo. Es en esos momentos cuando la reacción frente a una gestión pública tan inmoral, por parte de los servidores del pueblo, crea una profunda indignación entre los ciudadanos que sostienen los concejos con su duro trabajo y el dinero de sus impuestos.

Y cuando en ellos se dan esas actitudes, tan reprobables, es porque, a pesar de lo que prometen y dicen en sus discursos, no solo mienten sino que utilizan al pueblo en su provecho. Sólo se fijan en él en tiempos electorales para engañarlos y arrancarles el voto y con el voto el poder, invocando muchas y falsas promesas, para utilizarlo en su beneficio. Porque el poder es dinero. Y aquí se juega mucho dinero. Pero una vez instalados en el consistorio y conseguido el poder hacen luego sus maniobras de espaldas al pueblo y lo ignoran en sus actuaciones.

¿Qué ciudadano no siente indignación y vergüenza de tener por representante suyo a gente de esta ralea, carentes de sentimientos de dignidad y pundonor? Quienes así actúan olvidan que la gestión municipal, ejercida como poder delegado que ostentan, no es sólo una gerencia técnica de los asuntos municipales y relativos al bien común. Debe ser, sobre todo, una gerencia ética, que represente los valores de la ciudadanía entre los cuales está la honestidad y la transparencia. Y a los ciudadanos incumbe denunciar sus prácticas corruptas y sinvergüenzas.

Puede que existan, todavía, gestores públicos que, sin duda, tienen la ética como bandera y que confieren dignidad a su función. Personas para quienes la vergüenza representa un límite intraspasable. Personas que hacen pensar que no está todo perdido. Personas como Nixon a quien la vergüenza obligó a renunciar a la presidencia de EEUU. O como los japoneses que llegan a suicidarse por no poder soportar la vergüenza pública. O como aquellos que llegan a pedir la dimisión inmediata de altos cargos por sus actos vergonzosos. Hablar, sin embargo, sobre su número trae a mi memoria aquella imagen bíblica del regateo que Lot mantuvo con Yaveh sobre el número de justos que podía haber en Sodoma. Si había alguno, eran muy pocos, porque, ante el silencio de Lot, Yaveh condenó Sodoma a la destrucción. Y políticos justos y éticos entre nosotros, sin duda, los hay. Pero, ¿más que en Sodoma?-

José Mª Rodríguez

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