20220906

CUANDO LA VERGÜENZA SE PIERDE. José María Rodríguez Díaz (2008)

    Persoa sen vergoña: persoa inmune á corrupción e á inmoralidade. José María déixao claro e aplícao...

Sábado, 31 de mayo de 2008

CUANDO LA VERGÜENZA SE PIERDE

• Publicado por jmrd_ribadeo a las 20:57

Para Aristóteles la vergüenza y el rubor son indicios seguros de la presencia del sentimiento ético en las personas. Para él sentir vergüenza es uno de los indicadores más inequívocos de que las personas no han perdido aún del todo la conciencia de lo moral. Y el rubor es la expresión de ese sentimiento de culpa que embarga a las personas cuando cometen acciones malas o inmorales. La vergüenza y el rubor son dos valores que reprimen en las personas el impulso de violar las leyes y frenan la corrupción. La ausencia de rubor y de vergüenza indica, por el contrario, que las personas se han vuelto inmunes a la corrupción y a la inmoralidad. Y cuando las personas carecen de esos sentimientos todo es posible.

Viene esto a cuento de ese famoso viaje que un grupo de 30 personas, políticos, funcionarios y empresarios de los concejos de Mondoñedo, Lourenzá, Viveiro y Ribadeo están realizando a Uruguay y que está siendo muy comentado entre la gente, que se pregunta: ¿Cuál es el verdadero objetivo de ese viaje? ¿Ha delegado la Xunta las relaciones comerciales y diplomáticas con ultramar en estos cuatro concejos? ¿O se trata, acaso, de un encubierto viaje de placer pagado con fondos públicos? ¿Qué explicación convincente van a dar a los contribuyentes sobre las gestiones realizadas durante una semana en ese país? ¿Está realmente justificado ese viaje o se trata de un caso más de corrupción en el uso del dinero público, como tantos otros perpetrados sin rubor ni vergüenza a los que hemos asistido en estos últimos tiempos?

Porque lo que ya a nadie sorprende a estas alturas es constatar que muchos de los políticos que se dedican a la gestión de lo público tanto en nuestros concejos como en otras administraciones, ni sienten vergüenza, ni se ruborizan frente a los actos corruptos que con frecuencia practican en la gestión. Es más, muchos de ellos son reincidentes e inmunes al arrepentimiento mientras se aprovechan del pasotismo de la gente que carga con todo lo que le echen encima.

Son esos gestores que no sienten vergüenza ni se ruborizan cuando, una vez ganadas las elecciones, vuelven la espalda a las promesas que hicieron a los ciudadanos. O cuando presentan documentos no fidedignos en vez de documentos oficiales para fijar los suculentos sueldos de las dedicaciones exclusivas de que se dotan a sí mismos en los concejos. No sienten vergüenza ni se ruborizan cuando se dedican a la práctica del nepotismo colocando a sus amigos en el concejo con suculentas retribuciones. No sienten vergüenza ni se ruborizan cuando perdonan a sus amigos las tasas que deben pagar a las arcas municipales como cualquier ciudadano. No sienten vergüenza ni se ruborizan cuando utilizan los recursos públicos a su capricho y antojo, sin criterios de prioridad, rentabilidad ni honestidad, manejando el dinero público como si fuera privado. O cuando se dedican a favorecer a sus padrinos políticos a costa de la legalidad urbanística, que algunos ejemplos tenemos de todo esto en el pasado reciente de Ribadeo. No sienten vergüenza ni se ruborizan cuando convocan concursos de obras que saben de antemano quien se las va a llevar. O cuando convocan concursos para la adjudicación de plazas municipales sabiendo ya previamente a quienes están destinadas. Es en esos momentos cuando la reacción frente a una gestión pública tan inmoral, por parte de los llamados servidores del pueblo, crea una profunda indignación entre los ciudadanos que sostienen los concejos con el dinero de sus impuestos.

Lo malo de estos espectáculos de corrupción es que producen un doble efecto: el alejamiento de la política de aquellos que desearían dedicar sus esfuerzos a construir una sociedad mejor; y el opuesto que es el de atraer a los sinvergüenzas que pretenden aprovecharse de los demás.

Pero no todos son corruptos. Puede que existan, todavía, gestores públicos que, sin duda, tienen la ética como bandera y que confieren dignidad a su función. Personas para quienes la vergüenza representa un límite infranqueable. Personas que hacen pensar que no está todo perdido. Personas como Nixon a quien la vergüenza obligó a renunciar a la presidencia de EE.UU. O como los japoneses que llegan a suicidarse por no poder soportar la vergüenza pública. Hablar, sin embargo, sobre su número trae a mi memoria aquella imagen bíblica del regateo que Lot mantuvo con Yaveh sobre el número de justos que podía haber en Sodoma. Si los había, eran muy pocos, porque, ante el silencio de Lot a su pregunta, Yaveh condenó a Sodoma a la destrucción. Y políticos justos y éticos entre nosotros quiero pensar que, sin duda, los hay. Pero, ¿más que en Sodoma?-

José Mª Rodríguez

Outros Artigos de José María.

Ningún comentario: